La existencia del infierno se mueve en un terreno pantanoso incluso en la Biblia. En ninguno se sus pasajes se dice que alguien haya sido enviado a ese lugar. Ni siquiera de Judas, el traidor por excelencia de Cristo, es colocado allí, sino que san Pedro se limita a situarle "en el lugar que le correspondía". Hay teólogos que, sabedores de la ambigüedad que transpiran las Sagradas Escrituras en ese terreno, llegan a considerar "una insensatez" querer hilar fino en esta materia. El Papa tampoco sienta cátedra. Quizá quiera recordar que el infierno existe, pero "como una posibilidad real sobre la que no se puede pronunciar con contenidos precisos".