El cardenal de Valencia, Agustín García-Gasco, es un eclesiástico que, si algún día lo tuvo, ha dilapidado su prestigio entre el grueso de los obispos con sus declaraciones altisonantes. García- Gasco pertenece al ala ultraconservadora del episcopado, como el cardenal de Madrid, Antonio María Rouco, pero, a diferencia de aquel, este sí retiene una gran influencia entre sus hermanos en la fe, tanta que hoy es capaz de hacerse con el liderazgo de la Conferencia Episcopal Española (CEE) que el actual presidente, Ricardo Blázquez, aspira a revalidar. Esa realidad estuvo ayer muy presente en el discurso que pronunció el obispo de Bilbao durante la apertura de la asamblea del episcopado, en el que lanzó un guiño cómplice a los apuestan por Rouco.

En la concentración celebrada el 30 de diciembre en la plaza de Colón de Madrid bajo el lema Por la familia cristina hubo dos intervenciones que soliviantaron los ánimos del Gobierno. Una, la de trazo más grueso, fue la del cardenal de Valencia, que sostuvo que las iniciativas legislativas del Ejecutivo conducen a "la disolución de la democracia".

La otra correspondió a Rouco, que aludió al retroceso experimentado por el ordenamiento jurídico respecto a la Declaración Universal de los Derechos Humanos, nacida hace 60 años, donde se dice que "la familia es el núcleo natural y fundamental de la sociedad y tiene derecho a ser protegida por la sociedad y el Estado". El Gobierno entendió que la jerarquía eclesiástica quería obligar a la sociedad a comulgar con sus principios.

CONFLICTO SILENCIADO Pues bien, ayer, en un parlamento del que estuvo ausente cualquier referencia al rifirrafe con el poder político, Blázquez acudió al magisterio de Benedicto XVI para desmentir con sutileza la acusación gubernamental.

Haciendo suyas unas palabras que el Pontífice ideó para pronunciar en la Universidad de la Sapienza, en Roma, el presidente de los obispos subrayó que "la Iglesia no quiere imponer la fe cristiana ni la moral católica, sino que la ofrece con franqueza y valentía a todos". Y a renglón seguido, también citando al Papa, se adentró en un argumentario según el cual "los valores contenidos en la ley natural", que defiende la Iglesia, "están presentes en los acuerdos internacionales".

Blázquez rememoró que, de acuerdo con las enseñanzas de la Iglesia, "en los derechos humanos están condensadas las exigencias morales y jurídicas que debe presidir la construcción de la comunidad política". Y todavía agregó que "custodiar y promover la dignidad de la persona es el norte de la humanidad en sus proyectos y leyes". Ahí estaba contenida una defensa en toda regla de las palabras de Rouco en el mitin de Madrid.

La mitad del discurso del presidente saliente de los prelados estuvo dedicada a ensalzar las virtudes de la "comunión eclesial" y la "colegialidad episcopal" que encarna la CEE. De manera redundante, se valió del concilio Vaticano II para recordar que era "muy conveniente que en todas partes los obispos del mismo país o región formen una asamblea única y que se reúna en días determinados para comunicarse las luces de la prudencia y de la experiencia, y así el intercambio de pareceres permita llegar a una santa concordia de fuerzas".

Hace tres años, Rouco invirtió en hablar de la CEE una sexta parte de su último discurso como presidente. El purpurado no rehuyó entonces referirse a las relaciones con el Gobierno, al que le ofreció voluntad de cooperación, aunque también alertó de que había cuestiones de la agenda política que suscitaban "serias reservas y aun clara oposición". También aprovechó para insistir que "no es moralmente posible ningún tipo de compromiso" con los terroristas. Nada de eso estuvo presente ayer en el discurso de Blázquez. Hoy se verá el efecto que ese discurso balsámico ha tenido en el ánimo del cuerpo episcopal al elegir a su presidente.