Miriam Clara llenó ayer de lágrimas el muelle del puerto de Valencia en el que durante 10 horas permaneció atracado el crucero Sinfonía . Recostado de una de las barandillas de cubierta, sin poder salir de su cárcel de oro, su yerno, el boliviano José Luis Casia, gritaba a pulmón a su suegra que, por lo menos, le mostrara una fotografía de su hijo Alex. "Hijito no te la traje, si yo pensaba llevarte a casa con él".

Las sospechas de la Comisaría General de Extranjería del Cuerpo Nacional de la Policía se confirmaron en el muelle Poniente de Valencia. Una veintena de familiares de los 82 bolivianos turistas del Sinfonía esperaban ansiosos el descenso de sus allegados. Como ya pasó en Cádiz y en Tenerife, tampoco en Valencia les dejaron pisar tierra firme alegando que carecían de la documentación necesaria para entrar en España. Planeaban quedarse.

VIAJE DE DOS SEMANAS Hasta el último minuto, los familiares en tierra, desesperados, suplicaron a policías, tripulación y todo el que se les puso a tiro que mediaran y les permitieran, como mínimo, abrazar a los del barco. Fue inútil. En el consulado de Bolivia, en Barcelona, siquiera descolgaron el teléfono. Impotentes, los familiares admitieron a periodistas que sus allegados optaron por viajar a España en crucero ante la imposibilidad, desde hace cuatro meses, de viajar en avión desde Santa Cruz y La Paz. Todos pagaron a una misma agencia boliviana 1.500 euros por unas vacaciones en el mar de dos semanas, durante las cuales muchos apenas abandonaron sus camarotes.

"Hace tres años que no veo a mi marido. Tenía que conseguir entrar antes del 1 de abril porque después será muy difícil tramitar un visado y, como a otros, una agencia les ofreció el barco", explicó Carmen Arias.

Embarcaron en los puertos de Buenos Aires y de Santas. "No era un grupo normal. Siempre juntos y sin apenas hacer vida social. Piense que somos 1.500 y en dos semanas ya somos amigos. En cambio, ellos no compartieron los espacios comunes y esperaban que se vaciaran los comedores para agarrar comida en bandejas y llevarlas a los camarotes", relató Soledad Gómez, porteña que fue de las pocas que se ofreció a entregar algún trozo de papel con tres palabras escritas por algunos familiares.

Roberto, un amabilísimo italiano miembro de la tripulación, se reunió discretamente tras una de las columnas de la recepción con un grupo de familiares. En pocos minutos, aquella gente reunió 1.920 euros y se los confiaron a Roberto para que los entregara a los retenidos. "Son buena gente, ya veremos qué pasa en Génova", destino final tras otras 33 horas de navegación.

Oficialmente, Roberto no podía hablar, pero les contó que difícilmente Italia aceptará el tránsito de los 82 bolivianos y que sería la compañía la que asumiría los costes de avión hasta Madrid para repatriados.

Cuando la embarcación hizo escala en Río de Janeiro, Salvador de Bahía, Maceiao y Fortaleza, la mayoría de los bolivianos no bajó del barco. "Estaban atemorizados", aseguró Juan Carlos Valví, otro argentino ofendido por el tratamiento de patera de lujo que les están dando.