TAtnda la gente como loca con el invento este de los ejercicios para el cerebro. Primero fue el regalo estrella de Navidad para las personas mayores, para todas aquellas a las que nunca sabíamos qué regalar. Habían dejado de fumar, ya no necesitaban nada y tenían los cajones hasta arriba de calcetines, bufandas y demás regalos útiles. Además creaba buena conciencia. Se lo regalabas a tus padres y te parecía que era lo mejor que podías hacer por ellos. Luego estaba lo de que había que enseñarles a manejarlo, y lo de la vista cansada, y lo de que las manos temblonas a veces no podían sostener algo tan pequeño. Dificultades claramente superables para conseguir que el cerebro se entrenara, en inglés, que suena mejor. Más tarde pasó a convertirse en objeto de uso habitual, y de los mayores, llegó al resto de la familia, como esos juguetes a los que se les hace mucho caso al principio y acaban cansando enseguida. Empezó a anunciarlo Nicole Kidman (que no tiene nada de anciana salvo la piel translúcida como enviada del Más allá) y fue el furor. Ahora a pesar de su precio, lo tiene todo el mundo. Y yo, a veces, pienso si no sería mucho más fácil y más barato desconectar el juego y abrir un libro, que no tiene cables, pero que posee una energía mucho más poderosa. Y los hay ya hasta con letra grande para la vista cansada. O hacer un sudoku o una sopa de letras. O incluso si uno no quiere gastar un duro, puede acudir a las bibliotecas públicas, que son plantas generadoras de energía cerebral. Y dejarnos de tanto cuento y tanta tontería, que para hacer el bobo nos bastamos y sobramos nosotros solitos sin entrenadores.