TMtiren a su alrededor, nos tienen rodeados. Son pocos, pero su falta de educación los hace invencibles. Es difícil reconocerlos, se mezclan con nuestros amigos, nuestros compañeros de trabajo y vecinos, hasta con nuestra familia. No son más altos, no visten diferente, procuran pasar desapercibidos. Su único rasgo acusador es la media sonrisa maliciosa, ese fruncir de labios que quiere ser conciliador y se queda en mueca. Abran los ojos. Manténganse alerta y los verán acercarse, como los zombies de Michael Jackson , al olor de la desgracia. Que alguien va a tener un hijo, allí están para recordar lo que va a cambiarle la vida a la pobre madre. Que alguien se ha divorciado, allá van a informar de lo delgado que se veía al ex al lado de su nueva novia. Revolotean incansables alrededor de los hospitales, en busca de carroña. Yo creo que dedican la tarde del domingo a pasear entre los enfermos, aunque no tengan ningún conocido ingresado. Ya caerá alguno, piensan, mientras van a la caza y captura de algún familiar a quien aturullar con sus consejos. Siempre conocen algún caso peor, y cuando tú has desconectado, sueltan la frase fatídica" y al final se murió", que lejos de animar, te hunde en la miseria. Con la labor cumplida, la buena gente se va a su casa, con la verdad por delante, por supuesto. Tu hijo fuma, estás más gordo, qué mala cara he visto a tu madre. La mía estaba así y se murió en tres días. Todo con buena intención y alguna pizca de maledicencia, pero quién no se la perdona a la buena gente.