TEtl autobús urbano sigue fascinándome. Viajar en él no es simplemente trasladarse de un barrio a otro, sino una excursión a las profundidades del costumbrismo español. Porque el bus urbano no sólo es rápido, relajante, cómodo y barato, sino que además te regala escenas y conversaciones impagables. Viajaba la otra tarde tan tranquilo desde Las 300 a La Mejostilla, cuando una charla entre dos treintañeras sin complejos me llamó la atención. Hablaban de la fertilidad del marido de una de ellas y narraban con todo lujo de detalles las pruebas a las que se estaba sometiendo el varón infecundo.

"Pues tú te crees que llega a la Seguridad Social, le dan un frasco y le dicen: Métase en ese váter y llene este bote", refería la que parecía ser la esposa. Inmediatamente, llegaba la réplica indignada de la amiga: "¡No me digas!, ¿así, sin ni siquiera una revistita? Desde luego, la Seguridad Social está cada vez peor". Tras sentenciar de un plumazo a la sanidad pública, las dos damas empezaron a elucubrar sobre la mejor manera de averiguar la aridez seminífera del macho en cuestión y acabaron imaginando una idílica prueba de fecundidad viril en un paradisíaco sanatorio privado: "Seguro que allí te meten en una sala con sofás, llena de revistas de modelos y con el Canal Plus sin codificar. Es que hija, en un váter y a pelo, cualquiera es estéril". Lamentablemente, el autobús llegó a Obispo Galarza, hube de bajarme y me perdí el resto de la conversación, que prometía jugosidad sin límites. Sinceramente les confieso que no entiendo por qué los ciudadanos no utilizan más el transporte público.