LA SINGLADURA intrépida de Adelir Antonio de Carli comenzó el domingo en el puerto brasileño de Paranaguá, donde el sacerdote, bajo la mirada atenta de sus amigos, se ató con un arnés a 1.000 globos de helio, saludó, dicen que sin mucha ceremonia, a los que habían ido a despedirlo, y acto seguido dejó que el ramillete colorido lo elevara por los cielos. Su última señal de vida se escuchó el mismo domingo, poco antes de que dieran las ocho.