TAtsaltan los taxis en los semáforos, los paran por las calles levantando la mano, hacen cola en las paradas a la espera de que llegue el siguiente... El taxi nocturno se ha convertido en el más preciado tesoro navideño. Por fin ha llegado la mentalización europea y los conductores noctámbulos han asumido el si bebes, no conduzcas. Extremadura parece Alemania, o más bien Suecia, donde la tasa de alcoholemia en sangre para los conductores es cero. Se nota en el ambiente el miedo a la multa y el espanto ante la tragedia. Hace cuatro años, hasta los guardianes del tráfico lamentaban en los cursos de educación vial que la tasa de alcoholemia permitida en España fuera tan baja, disculpaban al conductor que tomaba una copa para hacer más llevadero su viaje. Entre los profesionales de la carretera reinaba una gran indignación, como si la prohibición de beber conduciendo conculcara un derecho inalienable del ser humano. Todo eso está cambiando, pero para ello ha sido necesario que nos visite la tragedia.

Este verano, la huelga de grúas en el País Vasco dejó tirados cientos de coches destrozados en las cunetas. Parecían un aviso contra la imprudencia y los conductores los veían, reducían su velocidad y dejaban de arriesgar. Esta Navidad, la huella de un neumático en una isleta de Cáceres se ha convertido en otro trágico aviso de que la temeridad destroza la vida para siempre. La tragedia ajena nos ha vuelto prudentes. Cada peatón atropellado se convierte en un mártir que muere por nosotros: se inmola para que los demás seamos prudentes unos días.