Sudando, con la cara tiznada y los ojos un poco desorbitados, explicaba que vio a un caballo galopar en llamas. La bestia huía sin medir que su pelo incendiado salpicaba de briznas fatales el monte que le ha dado vida, el monte Cabado.

En la falda de la loma en llamas, la aldea de Cortegada --parroquia de Souto-- dependiente del Ayuntamiento de A Estrada (Pontevedra). Zona de caballos salvajes y vacas pastando, libres. No en vano la Rapa das Bestas de Sabucedo, localidad también adscrita a A Estrada, está declarada fiesta de interés turístico nacional desde la década de los 60.

Cortegada tiene 11 aldeanos en los días laborables, ahora algo más por ser verano. La mayoría, ancianos que ayer tenían a hijos y nietos en casa. Suerte.

Todos, encabezados por los más mayores, armados con ramas y grandes palas de goma especiales para golpear el fuego --batelumes--, no dudaron en salir a plantar cara a las lenguas de fuego que devoraban su monte sin ánimo de respetar tampoco sus casas. Mientras los aldeanos se marchaban camino arriba con los bomberos y las brigadas forestales, las mujeres, a grito limpio en un gallego cerrado, se organizaban para remojar los alrededores de sus casas.

Los bomberos eran, exactamente, seis, en un solo vehículo, además de una brigada forestal formada por 10 hombres venidos desde Cuenca. Hidroaviones y helicópteros remojaban la zona que, a primera hora de la tarde, ardía sin control. Fue el momento en que llegó la pareja de la Guardia Civil y cuatro soldados. "Nunca es suficiente", decía José Maceira, de 58 años, vecino de la aldea de San Torcuato para añadir: "Pero esto es un lujo si tenemos en cuenta que hace dos días había aldeas donde los vecinos estaban completamente solos contra las llamas".

José ya fumaba un merecido cigarro, sentado a la sombra, después de que la Guardia Civil subiera por el camino para obligar a todos los civiles a retirarse. A su lado, Lola, su esposa, le miraba con ternura después del hartón de llorar que se había pegado minutos antes porque no le encontraban entre el fuego y el humo. Al volver, José casi se enfadó con ella por verla llorar así delante de toda la aldea.

"Son todos provocados, no hay ninguna duda de ello", decía Argemira Pereira, de 55 años. Con la misma certeza apuntaba que será muy difícil saber a qué responde esta oleada simultánea de incendios sin precedentes. Solo dijo: "Seguro que tiene que ver con política". No quiso explayarse más.

Otro convecino, hijo de un aldeano, fue más allá y, precisamente por eso, no quiso dar su nombre. "En Galicia no se pueden olvidar las prácticas de caciquismo de un día para otro", sentenció este hombre, de unos 45 años, quien luego añadió: "Parece que se le quiere poner complicado a este Gobierno".