Se le encuentra habitualmente entre algún pliegue apartado de los módulos de oficina, apretando los dientes para no acabar insultando al jefe, sujetando con una mano un pitillo del que no queda sino el filtro y estrujando con la mano una pelota de goma como si se tratara de la cabeza del jefe. La pelota es la clave: el estresado la aplasta porque lo que en realidad le gustaría es destrozar a alguien. Cada estresado tiene su pelota o su té de valeriana, o una terapia que halló en internet o le aconsejó el psicólogo; pero también se puede tener una cabina para gritar. Y el que tiene que comprarla es el jefe, puede que para evitar que lo hagan picadillo.

La cabina es simple: un cubículo insonorizado con un tablero de mandos dotado de un único botón. Un botón rojo. Y unos auriculares para aislar el ruido. Un ataque de estrés y... ¡Adentro! El primer paso es apretar el botón: dos altavoces escupen un ruido que es mezcla de varios ruidos: la música de Marylin Manson, el sonido de martillos neumáticos y el murmullo sostenido de la ciudad.

Varios empresarios se interesaron por la cabina y Torres les explicó que se puede hacer a medida. "Vamos a la oficina, vemos la decoración, nos adaptamos y la instalamos", explica. Su visión es la de un habitáculo situado cerca de la salida donde, antes de volver a casa, los empleados puedan desfogarse. Como la cabina es insonorizada pueden decirle de todo al jefe.