TEtn un año, Cáceres ha pasado de ser la ciudad del botellón a ser la ciudad del no se sabe. Si hace un año la sección de Cartas al Director estaba repleta de misivas de vecinos que se quejaban por el ruido nocturno, ahora está llena de escritos de cacereños que se quejan del ruido nocturno, de epístolas de padres que protestan porque sus hijos no tienen un lugar digno para divertirse, de cartas de estudiantes irritados ante lo que entienden es el desprecio de una ciudad que los persigue, los margina, los aísla y sólo espera que dejen unos cuantos euros durante sus años de carrera. En resumen: hace un año había un sector de la población enfadada y hoy, todos los sectores están hasta el gorro: los silenciosos y los ruidosos . Y lo peor es que todos tienen razón.

Los vecinos de la plaza de Albatros siguen con problemas porque a partir del miércoles es imposible dormir con cientos de jóvenes esperando a que los pubs reabran al amanecer. Los padres de los jóvenes que van al hípico se hacen cruces cuando contemplan a sus hijos en aquel erial intentando divertirse entre el frío y el polvo. Los estudiantes se dan de bruces con una ciudad que hace nada les parecía el paraíso del buen rollo y hoy les prohíbe hasta anunciar en una farola que comparten su piso. Algo está pasando para que Cáceres se haya vuelto tan antipática para unos y para otros. Al igual que en el tema de la peatonalización, falta decisión política: o se peatonaliza o no, o se acaba con el ruido nocturno o no, o se habilitan espacios dignos para el ocio o no. ¿No, señor Saponi?