Hace más de treinta años me preguntó un amigo madrileño a manera de saludo: «¿Qué pasa en Cáceres?». Le contesté con un artículo que titulé: «En Cáceres no pasa nada». Hoy podría decirle lo mismo y añadir que desde entonces no ha pasado nada. Alguno pensará que exagero y me recordará que hoy tenemos más habitantes que entonces y más rotondas y es verdad pero pasar no pasa nada. También apuntará que tenemos más automóviles y más rotondas, lo cual no negaré, pero pasar no pasa nada. Hasta hay más arbolitos y más rotondas, algo que cualquiera puede corroborar, pero pasar no pasa nada. En Cáceres carecemos de conexión ferroviaria con el norte y sur de la península desde hace más de treinta años, el tren que nos une con Madrid es el más lento y de peor calidad de todas las capitales españolas, llevamos más de diez años con obras que no acaban y cada año rebajan las prestaciones del tren prometido pero en Cáceres no pasa nada. En Cáceres llevamos más de diez años esperando que hagan un hospital, se paran las obras, se anuncia que lo harán en dos fases, algo novedoso en el mundo, se retrasa su apertura mientras en los que tenemos se caen los techos, se incendian, entran moscas en los quirófanos, pero en Cáceres no pasa nada. En Cáceres hemos pasado épocas de restricciones de agua, de mal olor y sabor y llevamos más de diez años esperando que nos hagan un abastecimiento que solucione un problema multisecular, pero en Cáceres no pasa nada. En Cáceres hay unas expectativas de trabajo que obligan a nuestros hijos titulados superiores a huir de la ciudad para buscarse un futuro o subemplearse, pero en Cáceres no pasa nada. No puedo seguir porque me entra la depre. Complételo usted, sufrido lector. Alguien me pregunta: «¿ Y qué quiere usted que pase?». Y yo, muy en mi papel de Catovi, me encojo de hombros, cruzo los brazos y respondo: «Pues lo único que puede pasar en Cáceres: una procesión».