El consejo de ministros acaba de aprobar la enésima medida en su lucha contra el tabaquismo. A partir de ahora las tabacaleras deberán imprimir en las cajetillas una imagen que ilustre al consumidor sobre los efectos nocivos del tabaco. El catálogo de imágenes --catorce en total-- es de lo más variado. Hay de todo, como en botica: cigarrillos que simulan la disfunción eréctil, fetos o niños que inhalan humo de tabaco, esqueletos, espermatozoides, etcétera. Y, por si fuera falso que una imagen vale más que mil palabras, los envases incluirán lapidarios mensajes de advertencia: fumar acorta la vida, provoca cáncer de pulmón, obstruye las arterias y provoca cardiopatías y el envejecimiento de la piel, etcétera. (Los impulsores de tan festivo decretazo han cargado las tintas en los etcéteras).

No entiendo el alcance de estas medidas inquisitoriales que pretenden enviar a los fumadores al purgatorio. Intuyo que median causas económicas, pero me temo que esta literatura de la muerte no va a dar gran resultado. España es un país alérgico a la lectura, y además las imágenes y advertencias sobre el tabaco --en caso de ser leídas-- no les va a aportar nada nuevo a los fumadores empedernidos, que han elegido el pitillo perenne como forma de vida y de muerte de igual manera que José Tomás ha escogido los ruedos para tales menesteres.

La paradoja es que el Gobierno trata de evitarnos la muerte por nicotina la misma semana en que Zapatero ha firmado su propia acta de defunción política. El refrán No tires piedras al vecino si tu techo es de cristal parece haber sido escrito para él y para sus ministros censores.