Dicen que somos libres, pero no lo creas. Vivimos calificados y eso nos etiqueta y delimita nuestras acciones. Pertenecer a una determinada clase te condiciona para siempre. Del grupo en el que te incluyan dependerán tus posibilidades futuras. Nace un bebé y le colocan unas pocas: relativas al peso, a la altura, a la circunferencia craneal, también a la raza o a la familia. Luego, en el cole, progresas adecuadamente o, por el contrario, necesitas mejorar. Estarás después entre los notables o aprobados, con suerte serás sobresaliente y con menos quedarás suspenso en el instituto. Terminarás la etapa universitaria después de muchas calificaciones y tal vez te doctores con un cum laude --cum fraude lo suele llamar una amiga--. Si consigues la vivienda por la que habías suspirado, estará calificada igualmente: lujo, alto estandin, uvepeó, residencial, y vivir en ella volverá a calificarte. Solo con grandes esfuerzos cambiarás de nivel, caso de que estés interesado en ello. No preguntes por el gilipollas que te ha calificado ni por sus elementos de juicio. Hay muchos. Unas veces se constituyen en tribunales, otras van poniendo notas por libre. Su palabra será definitiva. Hoy, la deuda del país --y el país-- ha descendido en su calificación y, al parecer, necesitamos mejorar como en Primaria. Que yo sepa, nadie conocía hasta la fecha a esos fulanos calificadores. Se llaman Standard y se apellidan Poor, que significa pobre, aunque seguramente no lo son. Por quitar un signo han puesto de los nervios a todo el Ibex de las narices y a algún ministro a temblar. Para que veas: su calificación ha conseguido más que este Gobierno con todos sus planes económicos suicidas.