Entre 1.500 y 1.800 millones de personas que viven en el hemisferio norte --el 30% de la población-- sufrirán a partir de septiembre un contagio de gripe A, según cálculos de la Organización Mundial de la Salud (OMS). La cifra justifica, sin más argumentos, las prisas con que algunos gobiernos apremian a las compañías farmacéuticas para que ultimen la vacuna y la tolerancia ante eventuales imperfecciones del fármaco por su acelerada producción. El objetivo es que tengan lista, ya, una vacuna capaz de contener a un virus desconocido por el sistema inmunológico humano. Para la industria la urgencia es obvia: o tienen una vacuna eficaz a tiempo, o habrán perdido una de las oportunidades de negocio más descomunales de la historia.

El proceso de producción del antídoto contra la gripe A se acortará significativamente para tenerlo disponible en otoño.

La vacuna antigripal que hasta el año pasado se administraba en todo el mundo resultaba poco rentable para los laboratorios. Su precio --unos 7 euros-- y las bajas cifras de población incluida en los grupos de riesgo a vacunar --cinco millones de personas en España-- disuadían a la industria. Si se seguía elaborando es porque la gripe está considerada una enfermedad inevitable y masiva, cuya protección es vista como factor estratégico por los gobiernos. La nueva vacuna tendrá un coste similar, ha avanzado Novartis, pero su venta masiva la convierte en rentable. Muchos países de Africa y Asia no podrán ofrecerla gratis a sus ciudadanos, algo que la OMS intenta solucionar forzando que los productores les destinen partidas de bajo coste.

Algunas prospecciones económicas indican que, de distribuirse en septiembre, la facturación global por la nueva vacuna antigripal superará los 4.000 millones de euros.