Mi adorable Luisito:

Se hace difícil hablarte, ahora que no estás aquí. ¿Cómo despedir a un ángel de carne y hueso, que compartió toda su magia y sus virtudes con nosotros, unos pobres mortales?

Mi querido muñeco, nuestro muñeco. Siempre has sabido sacar lo mejor de las personas que te rodeaban. Conseguías que cada uno de nosotros diera lo mejor de sí, especialmente en tu presencia. Tus ojos, tus lindos ojitos, inocentes, tiernos, traviesos... llenando de luz nuestras miradas y atravesando nuestras almas con deseos y sueños, visto, desde la mirada de un niño que no ha tenido tiempo de perder la inocencia.

El pequeño ratón que corría por todos lados llamando siempre nuestra atención, haciéndose notar. Ahora ese terremoto imparable y constante se ha convertido en silencio. Un silencio frío y doloroso que cubre no solo una habitación, no solo una casa, cubre todo un pueblo, Aliseda, que te echa de menos y te extraña.

En casa, todos están tristes: tus padres, abuelos, tíos, tu hermana y primas. Pero cada vez que te recordamos o vemos tu foto, no podemos sentirnos mal. Nos reímos de tus batallitas, tus comentarios graciosos, tus travesuras. Solo se pueden decir cosas buenas de ti, nuestro amado super Luis.

Ha sido muy duro decirte adiós. Por muchos años que pasen aun los más jóvenes llevaremos en el corazón un pedacito de ti. Lo que más lamento de todo es no haberte conocido mejor y verte hecho un hombre, pero los ángeles no son hombres, son seres especiales. Y cada vez que mire al cielo, a las estrellas, tan lindas y brillantes como tus ojitos, sabré que estás ahí, agarrando la mano de la abuela, que siempre te protegerá.

La familia