Me pregunto cuántas cosas he olvidado después de aprendidas. Doy por supuesto que conocía la existencia de Llívia, me parece lógico que así fuera, pero no lo recordaba. Así me justifico ante el desconocimiento, prefiero creer en la fragilidad de la memoria que reconocer la amplitud de mi ignorancia. De Llívia, localidad española dentro de Francia, nos habló un cocinero de la Cerdanya. Atravesando la frontera, hasta allí nos lleva una carretera de unos 7 kilómetros dividida en dos partes: la primera francesa y la segunda española. Un lugareño con familia en Burgos nos cuenta que si tienes un accidente en el tramo español te llevan a Puigcerdà, pero si tienes la mala suerte de accidentarte en el tramo francés intervienen los gendarmes y acabas en Perpignan, a unos 80 kilómetros. Inconvenientes de vivir en territorio ajeno. El lliviano-burgalés cuenta con cierto orgullo que está en marcha la construcción de un hospital internacional en Puigcerdà para dar cobertura a los habitantes de los Pirineos orientales de Cataluña y Francia. Orgullosa también yo le cuento que en la zona fronteriza donde vivo, hace tiempo que un gran hospital atiende a las mujeres portuguesas que están de parto. Charla amigable salpicada de anécdotas mantenida en la barra de un bar situado en la N-154, quizás la carretera más corta de España. Desde allí nos dirigimos a Mont Louis, ciudadela fortificada construida por Vauban. En perfecto estado de conservación hace que me acuerde con desagrado de la muralla de Badajoz. Atravesamos una hermosa puerta. Despistados, a nuestro aire, aparcamos en el interior del viejo recinto. Estábamos fotografiándolo todo cuando un cabo gordito se nos acercó corriendo indicándonos la salida. Nos habíamos colado hasta dentro en un recinto militar. Un fallo en la seguridad francesa.