El equipo de salvamento va a llegar! ¡Son muy profesionales! ¡Calma!". La imagen en televisión del primer ministro chino, Wen Jiabao, dando ánimo con un megáfono a las personas sepultadas bajo los escombros en Dujiangyan se convirtió ayer en un símbolo de la tragedia que ha conmocionado a China y de la angustiosa batalla contrarreloj para rescatar a las miles de personas que siguen bajo los edificios destruidos.

Las cifras de víctimas y desaparecidos tras el fuerte terremoto que castigó el martes la provincia de Sichuan (suroeste) siguen creciendo con el paso de las horas. Ayer las autoridades chinas hablaban de más de 13.000 muertos y más de 16.000 sepultados, pero a su vez la televisión estatal informaba de que un total de 18.645 personas estaban atrapadas bajo los cascotes solo en Mianyang, la segunda ciudad de la provincia (5.200.000 habitantes), a unos 100 kilómetros del epicentro y en la que ayer ya había 7.400 muertos.

Las autoridades, que siguen informando con desacostumbrada transparencia de lo ocurrido, cifran en 3,46 millones las viviendas destruidas por el seísmo, que ha movilizado a 54.000 militares para las tareas de rescate, aún más complicadas por las lluvias torrenciales acaecidas sobre la región. No hay constancia de extranjeros entre las víctimas.

MAL TIEMPO Acceder al área más próxima al epicentro, en la montañosa comarca de Wenchuan, seguía presentando ayer enormes dificultades. La operación prevista para lanzar en paracaídas a los socorristas junto a alimentos y medicinas tuvo que suspenderse porque el mal tiempo impidió despegar a los helicópteros. Un equipo de 1.300 médicos y enfermeros del Ejército sí lograron llegar a pie, según la agencia Xinhua. "Necesitamos tiendas, comida, medicinas, equipos de comunicación por satélite y médicos", clamaba Wang Bin, el secretario del Partido Comunista de Wenchuan.

Solo unos pocos edificios viejos han caído, otros han sufrido desperfectos y la mayoría permanecen intactos en Chengdu, la capital de la provincia. Está a 100 kilómetros del epicentro, y no hay aquí cuadros de destrucción masiva. Pero los 45 muertos y la réplica de ayer, de 6 grados, bastan para mantener el miedo.

El aguacero que empezó a caer en la tarde de ayer hizo desaparecer a los cientos de personas que acampaban el lunes en los márgenes del río Jin y en la plaza del Templo del Cielo, la mayor de la ciudad. En los sofás de las recepciones de los hoteles dormitaban ayer familias enteras, pero la sensación es que solo el cielo abierto es seguro. Muchas familias viven en sus coches. Algunos tienen las ventanillas abiertas para dejar entrar el aire y paraguas colgados para evitar que se cuele la lluvia. Liu, de 40 años, dormía anoche en un utilitario junto a su esposa y su hijo de 11 años.

Están ahí desde el terremoto, pese a que su nueva y robusta casa no ha sufrido daños. "Los hoteles tampoco son seguros. Seguiremos aquí hasta que se vaya el peligro", cuenta Liu. El carácter chino le impide verlo como un drama: mañana se levantará temprano y volverá a su oficina, cuenta. El niño está feliz por el cierre del colegio.

LA ALTERNATIVA A escasos metros hay tiendas de campaña, que no son más que dos palos y una ajada tela. "Los que no tienen coche ni tiendas han tenido que volver a su casa", dice Liu. La alternativa es vencer al miedo o a la lluvia. "Hay terror, nunca habíamos sufrido un terremoto así. Yo tampoco quiero volver a casa, por eso trabajo todo el día", desvela un taxista.

La atención a las víctimas se ha convertido en la "máxima prioridad" del Gobierno, dejando en un segundo plano los preparativos para los JJOO, aunque el comité organizador aseguró que el seísmo no los afectará. La antorcha siguió ayer su recorrido y sigue previsto su paso por Sichuan.