En casa de Pedro Horrillo los únicos que lloran ahora son los dos hijos traviesos: Hori, con cara de pillo, y Abai, que se lo trajo de Etiopía. No muy lejos, en Ermua (Vizcaya), porque allí es donde vive, pastan sus burros, los mismos animales cuyas fotos lleva años enseñando a sus compañeros de pelotón cada vez que abre el ordenador portátil.

Todavía no sabe la razón, apenas se acuerda, por la que se fue en línea recta en aquella desdichada curva, en pleno descenso del Culmine di San Pietro el 16 de mayo del 2009. Giro de Italia, bajada rápida pero tranquila. La bici se quedó arriba. En el asfalto las marcas de la goma gastada, testimonio de un frenazo a la desesperada. Abajo --aunque hubo que encontrarlo-- un ciclista que ahora ha cumplido los 35, pero que aquel día no se mató de puro milagro. Horrillo se precipitó por un barranco de 80 metros, equivalente a la altura de 30 pisos. Y no se mató. Y no lo hizo porque ramas y árboles frenaron su caída al vacío. Ramas y árboles salvadores, pero a la vez traidores, porque cada impacto le representó una fractura. No se mató pero su cuerpo quedó hecho una ruina: fracturas del fémur izquierdo y la rodilla derecha, varias costillas clavadas en los pulmones, fracturas de vértebras y un traumatismo craneal. En el hospital de Bérgamo le salvaron la vida.

Lo llevaron a la uvi y despertó. Y cuando lo hizo solo vio una cara amiga, asustada pero amiga, la del periodista Carlos Arribas, que dejó la prueba para estar junto al ciclista caído, a la vez filósofo y escritor. "Jamás se me olvidará. Llegó él antes que mi familia. Ese gesto se lo agradeceré toda la vida". Lorena, su mujer, temió lo peor. Como sus amigos del Rabobank, Juan Antonio Flecha y Oscar Freire. Y ha sido Lorena la que poco a poco le ha ido convenciendo de que era una barbaridad volver al pelotón, a pesar de que el conjunto holandés le mantenía el contrato. "El 29 de diciembre les dije por carta que no seguía, pero quisieron que lo hiciera público en la presentación del Rabobank en Holanda. Sé que Lorena sufriría en cada caída que se produjera en cualquier carrera en la que participara".

Horrillo preguntó a los médicos: "¿Puedo correr? ¿Puedo volver a ser profesional?" Y los médicos no se atrevían a darle una respuesta. Se subió a la bici cuando todavía iba en muletas, después de levantarse de la silla de ruedas. Porque algunos ciclistas, como los equinos que tanto adora, son muy burros y, tal vez por esa cabezonería, Horrillo ha recuperado un 80% de la fuerza y las constantes físicas que lo convirtieron en uno de los mejores gregarios de la década pasada. "Pero es insuficiente para afrontar el Tour, el Giro, la Vuelta, cualquiera de las grandes citas profesionales. Puedo salir y voy a salir con los amigos", confiesa resignado.