TJtuegan al fútbol, montan en bicicleta, participan en torneos de ajedrez, de vela y de tiro, escalan, esquían, y se divierten o se profesionalizan en actividades que parecerían impensables hace sólo unos años.

Desde 1829 disponen de un lenguaje capaz de representar, con un máximo de seis puntos, las letras del alfabeto, los acentos, los signos de puntuación y los matemáticos. Louis Braille , ciego desde los tres años, comenzó a trabajar en él desde los trece, y a los veinte publicó la primera versión, decidido a terminar con el analfabetismo de los ciegos. Y lo consiguió. El sistema Braille, el motor de la superación de una discapacidad que cada vez se percibe como menos limitadora, se utiliza en todo el mundo, y aún no ha sido superado.

Por supuesto, los avances desde entonces han sido enormes, desde las máquinas de escribir, hasta los ordenadores que traducen las palabras a voces sintetizadas. Hoy en día, en los países industrializados, las personas que no pueden ver acceden a la educación, a la cultura, y al deporte casi como las que sí pueden hacerlo.

Y sin embargo, cada vez que veo a una de ellas por la calle, me acuerdo de un amigo mío, ciego desde los veinte años, telefonista, aficionado al cine, capaz de hacer la cama dejando derechas las rayas de la colcha, de moverse en metro por Madrid, y de elegir los muebles de su casa, que se quejaba cuando caminaba por la calle, y se tropezaba con un toldo. Un simple toldo. ¿Cuántas barreras encontrarán cuando no montan en bici, ni esquían, ni desarrollan las actividades que antes parecían impensables?