Yo no digo que sí ni que no a la Cienciología, pero sospecho que tras el milagro de la remontada del Real Madrid sobre el Mallorca se esconde la mano de Tom Cruise . Por qué no, si para él no hay misión imposible. Serio, aburrido, sin entender una papa de fútbol, pero allí estaba, haciendo de la amistad un anuncio publicitario. El, su mujer y la señora de Beckham debían ser los únicos, entre cien mil espectadores, que llevaban gafas de sol a las once de la noche. Lo gracioso es que su intención era pasar desapercibidos. Pero yo les comprendo. Para pasar desapercibidos ya estaban las otras cien mil almas; incluso las otras cuarenta y cinco millones de almas que les mirábamos tras la pantalla. Aunque estoy tentado de decir que es una exageración eso de que exista tal cantidad de almas. ¿Qué sentido tendría tal despilfarro? Se puede entender que gente como Cruise necesite de teosofías que le den una esperanza de vida eterna. Cómo no. Rico y guapo y famoso y joven y con un trabajo apasionante, es natural que desee que la fiesta no se acabe nunca. Lo que ya no se entiende es para qué queremos los demás una vida eterna. Por mi parte, si me aseguraran que voy a pasar el resto de la eternidad con esta cara y con este sueldo y con una porción de espacio habitocelestial de treinta metros cuadrados, casi prefiero coger ahora mismo el coche y cometer un puñado de pecados y condenarme, aun a riesgo de toparme con Aznar en el infierno. Desconozco si a los de la Cienciología les está permitido hacer tratos con heterodoxos, pero yo le cambiaba su pelo, su cuenta corriente y su mansión de Miami por la mitad de mi vida eterna.