El sincrotrón Alba, la mayor infraestructura científica de España, con un coste de construcción de 201 millones de euros, tiene unas excelentes expectativas de uso por parte de los investigadores del sector público --incluso un lleno ya garantizado los primeros años-- pero modestas entre las empresas. "Es difícil que ahora haya empresas interesadas en trabajar en algo que apenas conocen, pero estoy convencido de que la puesta en marcha de Alba creará nuevas necesidades", asegura Ramon Pascual, presidente del consorcio gestor. Los presidentes José Luis Rodríguez Zapatero y José Montilla inauguraron ayer la instalación en un acto que fue puramente simbólico: el edificio está acabado, pero todavía no funciona la luz.

Si el alquiler de las instalaciones y la prestación de servicios al sector privado es capaz de sufragar dentro de 10 años el 5% del coste anual de funcionamiento, estimado en 15,5 millones de euros, los promotores de Alba se darían por satisfechos. "Teniendo en cuenta la escasa tradición de las empresas españolas por la I+D, es previsible que en un primer momento no haya muchas", asume Pascual. Ni siquiera las tiene en demasía el gran sincrotrón europeo ESRF, en Grenoble (Francia).

UN MILLON DE USUARIOS En cualquier caso, el sincrotrón español es ante todo una instalación de ciencia básica que pagan las administraciones y que no tiene un prurito de autosuficiencia: su objetivo no es producir riqueza, sino ayudar a que otros la produzcan. "Estimulan el desarrollo económico de una región", dicen fuentes del consorcio. Las siete líneas o laboratorios de análisis que tendrá el sincrotrón en su primera fase han sido diseñadas teniendo en cuenta la demanda potencial. Se ha optado por hacer caso a los investigadores españoles que hoy en día se ven obligados a trabajar en el extranjero, muchos de ellos justamente en el ESRF.

La comunidad de usuarios españoles está formada por unos 500 científicos, pero el hecho de tener una instalación tan cerca de casa aumentará las cifras, dicen los responsables del sincrotrón. La demanda está cubierta para la primera fase aunque fuese nula la respuesta del sector privado.

Aunque en Europa hay una veintena de sincrotrones, los dos más meridionales se encuentran en Grenoble y Trieste (Italia), por lo que Alba será muy atractivo para todos los investigadores del suroeste del continente e incluso del Magreb. Atraer a público del norte será más difícil, "pero no imposible", insiste Pascual. Y no solo dependerá de la calidad de la luz que ofrezca la instalación, sino de detalles como la agilidad en los trámites, el ambiente científico y las tarifas para las empresas. Al menos un millar de científicos pasará cada año por los siete laboratorios, según la previsión, pero las cifras aumentarán cuando se inauguren más líneas. Dos ya están aprobadas, una tercera está en proyecto y la capacidad máxima es de 32. Hay, pues, margen de recorrido.

TERRENOS ADYACENTES Alba, enclavado en Cerdanyola, muy cerca de Barcelona, está rodeado de 340 hectáreas destinadas a acoger en un futuro un barrio tecnológico y residencial. Nada garantiza que el proyecto sea un éxito en tiempos de crisis, pero los promotores científicos y las autoridades locales confían en que el sincrotrón sirva de dinamizador. Para empezar, lo que sí está claro es que junto a la gran instalación se levantará el Centro de Biología Estructural y el consorcio XFEL, que participará en la construcción del láser gigante de Hamburgo.

Pascual explica que la construcción de Alba ha alentado la aparición o la consolidación de empresas de alta tecnología (imanes, ultravacío, electrónica y radiofrecuencia, criogenia) que ahora están capacitadas para competir en proyectos punteros fuera de España, como el propio XFEL, Antec y Nortemecánica. La construcción del sincrotrón, además, ha obligado a mejorar la carretera y los accesos.

Alba no es la primera instalación española con un acelerador de partículas, pero --además de su magnitud incomparable-- sí es la primera de diseño y construcción local. Todas las piezas se han fabricado a propósito. Por tanto, su impacto económico se aprecia desde el día en que se puso la primera piedra. En el ESRF, un buen modelo, el 70% de la inversión que se destina a la instalación revierte en la propia Grenoble tanto en forma de contratistas como en alojamiento y servicio para los científicos, un sector no despreciable.