TAt mi amigo Gandía se le ocurrió el pasado verano quitarse el bañador en una playa de Ibiza. Una exhibición fugaz porque su mujer, reacia al nudismo, le pidió (le ordenó) que volviera a ponérselo urgentemente. El obedeció sin demasiado entusiasmo. Este episodio me lo contaron ellos una tarde de septiembre en el salón de mi casa frente a una taza de café mientras hacíamos balance del recién finalizado verano. Inesperadamente se enzarzaron en un áspero debate. Según ella la acción de su marido había sido una estupidez porque tan solo el 20% de los bañistas estaban desnudos. Gandía se defendía alegando que los que estaban desnudos alcanzaban el 80%. Recuerdo a menudo esta escena para ilustrar de qué manera se manipulan las cifras dependiendo de los intereses personales. Con nuestros políticos, ay, pasa lo mismo. Desde que PSOE y PP hicieran de nuestro país el paraíso de las manifestaciones, las cifras se han convertido en algo virtual. Quiero decir: fantasean. Unos y otros.

Lo de mis amigos, aunque sea algo parecido, resulta enternecedor. Ya lo decía John Donne : "Ningún hombre es una isla". Es lógico, pues, que uno observe qué hacen los demás antes de tomar una decisión. Ahora bien, Gandía y su mujer podrían haber llegado a un acuerdo tácito: que él tomara el sol desnudo, como el 80% de los bañistas, y que ella lo tomara en bañador --o en pijama, si le apetecía--, como el 80% igualmente. El matrimonio exige a los cónyuges flexibilidad de cifras, aunque estas no cuadren. Refrán a lo Juan José Ventura : No dejen que las matemáticas estropeen una bonita historia de amor. Y muchos menos una manifestación .