A veces le ponen el vídeo de aquel 10 de julio del 2000, el día que Javier Otxoa se coronaba en el Tour, en la cima de Hautacam. "No recuerdo mucho de aquel día. Hacía frío", dice el corredor. "Estos años hemos intentado recuperar parte de su memoria con historias, fotos y vídeos", explica Ricardo Otxoa, el padre.

"Llovía, soplaba viento. Al principio, no, porque el pelotón iba follado . Pero después de una hora empezó a llover, el pelotón se paró y nos fuimos tres". (...) "Y entonces atacó el americano, atrás. Iba como una locomotora. Dejó a Pantani, a Ullrich, Pilló al grupo de Escartín y Heras. Sólo el Chava Jiménez le aguantaba la rueda. Y tú delante".

"Y desde el coche de equipo no paraban de gritar: ´Si tienes que morirte un día en la bici, debes hacerlo hoy´. Pero yo iba a lo mío. Al final, sólo me quedaron 42 segundos de ventaja. Armstrong quería ganar. ¿eh?"

A Javier no le gusta mucho poner ese vídeo y mirárselo otra vez. "Porque entonces me veo cómo era entonces. Un hombre, un ciclista que nunca más en la vida podré ser".

Ese entonces fue sólo hace cinco años, la época antes del 15 de febrero del 2001, un día terrible. Un coche arrolló a Javier y Ricardo, su hermano gemelo, a 20 kilómetros de Málaga y de su segunda residencia en Alhaurín de la Torre. Aún ahora, aquel parte médico del Hospital Carlos Haya es escalofriante.

"Pronóstico muy grave. Traumatismo craneoencefálico grave. Contusión cerebral hemorrágica. Traumatismo vertebral con afectación de vértebras torácicas de la sexta a la décima. Probable afectación de la médula espinal, con contusión y edema. Fracturas costales múltiples. Contusión pulmonar. Insuficiencia respiratoria aguda. Fractura de ambos húmeros. Fractura de tibia y peroné izquierdos sometido a fijación externa. Hemodinámicamente inestable con necesidad de drogas vasoactivas". Fue el parte del estado de Javier, que quedaría 65 días en estado de coma. Ricardo llegó muerto.

"Tengo 600 puntos por todo el cuerpo". Javier enseña la pierna izquierda, algo torcida, con huellas de una fractura de tibia y peroné. El parte médico ni siquiera reflejó toda la gravedad de su situación. "Mi suerte ha sido que no me he quedado paralítico. Pero me quitaron parte de un pulmón. Los húmeros estallaron. La ciática de mi pierna izquierda se cortó. No me funciona una cuerda vocal por culpa de una traqueotomía. No puedo estar de pie mucho tiempo. Cuando voy por una carretera mala, me duelen los hombros. Y cuando cambia el tiempo, me duele la cabeza".

Esa cabeza. Tiene seis edemas cerebrales que afectan parte de su memoria, sobre todo la reciente. Puede hablar con alguien y dos horas más tarde no recordar quién era. No puede ir solo por una ciudad, se perdería. "Me falla la orientación".

Sin juicio

Pero además de todos los inconvenientes físicos, Javier Otxoa tiene otro dolor. Está más nervioso que antes, preguntándose por qué, cinco años después, aún no se ha celebrado el juicio por el accidente. El conductor del coche, Sebastián Fernández López, catedrático, vicerrector y director general de Deportes de la Universidad de Málaga, no tenía seguro. Según la Guardia Civil, invadió el arcén, seguramente por un "momento de distracción".

Javier nunca ha tenido contacto con Fernández. "No me gustaría verlo, ni me interesa. Lo veré en el juicio, ya es suficiente. A mí sólo me gustaría que pagara por lo que nos ha hecho, tanto a mi difunto hermano como a mí. Que nos dé una explicación. Nosotros íbamos por la cuneta, en fila india. Nunca invadimos su carril, como él dijo".

Varias veces se ha aplazado el juicio, porque no había sala disponible, porque el abogado del imputado no podía venir... "En estos cinco años --dice Ricardo-- se han asuntos que ocurrieron después. ¿Por qué le protegen tanto a este hombre?", se pregunta.