Muestra las maneras que se gastaban las grandes estrellas de Hollywood en los años 40. Lógico. Lleva toda una vida pululando entre la penumbra de las bambalinas; en ese lugar mágico desde el que se proyecta el fulgor de las estrellas. El era el encargado de apretar el botón que puso imágenes a los sueños de generaciones. José García Rivero era la persona que hacía que Gary Cooper solventase sus cuitas en solitario, quien compartía confidencias con Joan Fontaine en la soledad de la cabina de proyección, el que buceaba en la profundidad de los ojos de Bette Davis, quien degustaba martinis con Norma Jean... Todo un caballero. Un hombre de una pieza. De otra época.

Y estuvo allí desde el principio. Fue testigo activo de la inauguración del cine Capitol. "Abrimos el 7 de mayo de 1947", recuerda con brillo en los ojos y la memoria intacta, "con la película El cielo y tú de Charles Boyer y Bette Davis. Era un cine muy coqueto y muy moderno para aquellos años. La inauguración fue todo un acontecimiento de gala en Cáceres, en el que estuvo presente toda la sociedad de la época".

El Capitol fue un cine pionero. Estrenaba casi al mismo tiempo que Madrid y algunas veces, incluso antes. Y José García, un niño de 15 años por aquel entonces, se encontró sumergido a diario en un mundo de fantasía tan lejano para otros muchachos de su edad. Fue botones, taquillero y acomodador, hasta que llegó a la cabina de proyección, en la que permaneció hasta su jubilación. El cine era el espectáculo favorito de los cacereños los domingos de la posguerra. A falta de otras diversiones, "Cáceres respiraba cine".

Con Gilda llegó el escándalo. Acción Católica se encargó de boicotear como pudo la proyección del filme de Rita Hayworth, "con insultos y agresiones incluidas a la puerta del cine", pero lo único que consiguieron fue crear más morbo, más curiosidad sobre la cinta. Eso sí, hubo que hacer un pase específico para la jerarquía eclesiástica y realizar "unos pequeños retoques, pese a que la cinta ya había pasado la censura nacional"

A partir de los 70, llegaron películas como Emmanuelle, El último tango en París o Jesucristo Superstar, que, pese a su halo provocador "fueron asimiladas muy bien por los cacereños". Otros acontecimientos de la intrahistoria cinéfila cacereña fueron la llegada del Cinemascope, "en 1958 con La Túnica Sagrada, para lo cual hubo que adaptar la sala" o la inauguración, ya en los 60, de los macrocines Coliseum y Astoria.

La llegada del seiscientos , "que permitía a las familias salir de la ciudad", así como el asentamiento en los hogares de la televisión desplazaron al cine de su protagonismo como centro social del entretenimiento. Sin embargo, el viejo operador de cine, a sus 75 años, está más convencido que nunca de la alquimia que se produce en la sala oscura: "Los cines no desaparecerán nunca. La magia de la pantalla grande perdurará porque es irrepetible". Por ello alaba la labor de Caja Duero en el que considera su cine: "Ha hecho un gran trabajo con el Capitol. Es un cine que nació con buena estrella y sigue con ella."