TBtuscarse la vida; una necesidad para la que no hay vuelta de hoja y a la que todos hemos tenido que enfrentarnos. Hubo una época en la que los jóvenes o adolescentes de la guerra quisieron para sus hijos un futuro mejor. Esos padres, que formaron sus familias en los años de escasez tras el conflicto, quisieron que se labraran una vida sin estrecheces y con más colores en el lienzo de sus existencias; quisieron que fueran al lugar donde se conseguía el más alto nivel de aprendizaje y de donde saldrían con un título que les permitiera subir en los círculos sociales.

En definitiva, querían que fueran a la universidad para que llegaran a donde ellos no pudieron. Fue un sueño por muy pocos alcanzado. Y llegaron otros padres y aumentó el número de quienes vieron sus sueños cumplidos, y así han pasado décadas y los jóvenes llenaron las aulas de las universidades y se saturó el mercado de títulos y pocos fueron los que destacaron como exitosos profesionales. Se convirtieron en clase media. Y ahora ¿qué quieren estos padres para sus hijos? Quizás la mayoría siga queriendo la universidad, pero ¿qué quieren los hijos? No soy persona de amplio círculo de amistades; tengo muchos conocidos y unos cuantos amigos y en ese reducido ámbito son ya tres los que me han comentado que los hijos no quieren saber nada de la selectividad; quieren hacer ciclos formativos. Se han dado cuenta de que ya no son los títulos universitarios los que garantizan una mejor situación, ni tan siquiera garantizan un puesto de trabajo. En esa búsqueda particular de la vida trabajar es prioritario y ahora no se demandan conocimientos amplios sino muy especializados. El círculo se ha cerrado.