Pisco huele a muerte. El olor atrofia los sentidos. La gente le huye y se tapa con mascarillas, con pañuelos, con sombreros, con lo que puede, para no sucumbir ante la fuerza del hedor.

La muerte está en todas partes, en todas las calles. Pasan los bomberos cargando un cuerpo. Pasa un cortejo y lleva un féretro blanco atado con cintas para que no se le caiga la tapa. "Johnny, Wanda, por favor ayuden", grita una señora. Johnny y Wanda corren y ayudan a llevar al difunto mientras el sol los cuece. Más allá, un grupo de vecinos improvisa un velatorio en la vereda. Alguien hace de sacerdote. Dice: "Aquí en la tierra como en el cielo". Los demás repiten abatidos las mismas palabras.

El dolor de Toyosanto

Pero aquí, en esta tierra, solo ha quedado en pie la desgracia. Johnny Toyosanto lleva de la mano a su hijo camino del cementerio. Va despacio, arrastrando los pies. Escucha un pésame al pasar y asiente con un leve movimiento de cabeza. Johnny enterrará a su hermana Carmen. "Ella dio la vida para salvar la de su hija", dice. Carmen tenía dos hijos y se avalanzó sobre la niña de 5 años para evitar que una pared la devorara.

Johnny camina y la llora. Y como él, otros lloran a sus familiares. En la plaza de Armas. En las esquinas. Frente al consultorio médico San Judas Tadeo, patrón de los casos difíciles. Los llantos también vienen del complejo deportivo Irma Cordero, en el que se ha levantado un hospital de campaña. Tirado sobre el suelo, entre restos de comida, un adolescente parece contar los últimos momentos de vida de su madre. El muchacho le levanta su mano y le toma el pulso. La mano no responde. Los ojos de la mujer están a punto de cerrarse. La escena parece una réplica de La Piedad de Miguel Angel. La noche del miércoles Pisco se estremeció y nunca más será la misma. En esta ciudad de 130.000 habitantes el terremoto golpeó con más fuerza. El número de muertos asciende a cada minuto.

Aquijano Muñoz es profesor de Filosofía. El seísmo lo encontró abriendo la puerta de su casa, hoy reducida a polvo. "De repente nos quedamos sin luz. Solo se escuchaba en la oscuridad los gritos de desesperación. No sabíamos qué hacer", dice en la plaza de Armas. En Pisco no hay comida y falta el agua. Hay contrabando y saqueos esporádicos. Un camión que traía víveres fue asaltado en la ruta.

Sentada sobre otra montaña de escombros, una señora pela una naranja y espera. Dice que no se va a mover hasta conocer la suerte de su marido.

Percy Terán es bombero voluntario. No recuerda cuántos cuerpos ha sacado de la iglesia de San Clemente y sus alrededores. "Pedimos a la fiscalía 400 bolsas para cadáveres y se agotaron en cinco cuadras a la redonda". Las casas se siguen deshaciendo. Hay que rescatar lo que aún sirva: un colchón, un juguete, un televisor.