TUtna cosa lleva a la otra. Una colgadura morada que se hinchaba con el viento, olvidada en un balcón desde Semana Santa, me hizo recordar otro olvido de hace años. La bandera que se dejaron los que, deprisa y corriendo, abandonaron el barco de la UCD. Tras las elecciones se desintegra lo que quedaba del partido y, en la precipitación por encontrar nuevas siglas en las que refugiarse, dejaron atrás, saliendo de una pequeña ventana en la parte alta de la fachada, la bandera que les sirvió de cobijo y les llevó al poder. Por esa época pasaba diariamente por delante de la antigua sede y veía cómo la acción del sol, la lluvia y el viento iban convirtiendo en andrajo lo que fue símbolo indiscutible de mando. La olvidada colgadura morada me hizo recordar esas otras circunstancias que reflejaron el final de un partido y el miedo de algunos hombres a quedar a la intemperie, sin un paraguas de poder bajo el que resguardarse. Recordé haber escrito en aquellos años sobre el tema. Eran los años 83 y 84. Cada día comenzaba la jornada con una reflexión que ponía en antena y esos comentarios los tengo en casa en un viejo archivador. Quise buscar el de la bandera olvidada y me sumergí en la lectura de aquellos viejos papeles. No lo encontré, pero los folios ya amarillentos fueron como una película de esos años en los que estábamos empeñados en la construcción de nuestra autonomía. La lucha contra Valdecaballeros, la tensa espera por conocer si el gobierno excluía la central en construcción del Plan energético Nacional; la frustrada esperanza puesta en PRESUR, los prerreducidos del Suroeste por los que lucharon los mineros de Huelva y Extremadura; la discusión entre Badajoz y Cáceres por la representación en el Parlamento extremeño o la necesidad de una reforma agraria. Día a día construíamos un futuro que hoy ya es presente. Ya ven. Unas cosas llevan a otras.