TEtn tiempos de Carlos V comer con apetito y en exceso era considerado como un signo de distinción. Por eso el emperador vivía para comer y no sólo comía para vivir. En un país en el que el sueldo de 4 millones de jóvenes no llega a mil euros y con tanta gente en el umbral de la pobreza podríamos cortarnos un poco a la hora de llenar nuestras neveras. No entiendo esa competición sobre quién acumula más comida. Alimentos que serán devorados de forma compulsiva en cenas que son un insulto para quienes no tienen qué llevarse a la boca. Pero a todos nos gusta sentirnos como Carlos V en Yuste, rodeado de sirvientes, comiendo 10 platos. Eso, señores, es gula. Un pecado en la lista de los pecados gordos. ¿Y qué me dicen de los almuerzos en los pueblos? Cuando, por ejemplo, viene uno de regreso de la Vera le dice a su copiloto con la voz temblona:

--Para cari, que tengo los boletus en el estómago dando brincos.

Y llega ese sudor frío y te acuerdas de memoria de todas las denominaciones de origen de vinos y corderos habidas y por haber. A mí a veces me gustaría ser como el emperador. El filólogo José Antonio Millán cuenta que a Carlos V tras una comida le pasaron para firmar una sentencia de muerte que decía: "Perdón imposible, que cumpla su condena". El emperador se sintió magnánimo y antes de firmarla cambió la coma de sitio y la suerte del condenado: "Perdón, imposible que cumpla su condena". Refrán del martes: Por el infierno se llega a la gloria, pero con una comida y una coma se cambia la historia .