TNto soy partidario de pedir consejos. La experiencia me dice que las buenas recomendaciones acaban por dejarle a uno todavía más confuso. Y si la persona que da el consejo es una mujer, ay, la confusión es ya irremediable.

Aprovechando que estoy haciendo reparaciones en casa, he decidido pintar las paredes. Al tener muy claro de qué color quería el salón, no necesité más. Callé como un bellaco y pinté a sabiendas de que Paola pondría el grito en el cielo cuando se enterara de los colores que yo había escogido (una pared en rojo y tres en verde). Y así fue.

Un poco por no ganarme otro tirón de orejas y otro poco porque no tenía claro de qué color deberían ir las habitaciones, le pedí --ahora sí -- consejo, dispuesto a asumir su decisión. Pero la cosa no es tan sencilla. Paola, siempre tan generosa, me ha enviado un jugoso (y extenso) email, fotos incluidas, explicándome las funciones de cada color, como si el objeto a adecentar no fuera mi humilde morada sino el Museo Guggenheim. De esta forma me he enterado de que el rojo y el naranja son colores vitales asociados a la acción intensa y excitante; que el amarillo evoca fuerza y voluntad; el azul expresa calma; el verde es equilibrado y expresa naturaleza; el violeta transmite tristeza...

Al final de esta colorida narración didáctica, Paola concluye: "escoge tú, es tu casa y tienes que estar a tu gusto".

He telefoneado al pintor para que remate la faena. Le he pedido que pinte el resto de la casa- con los colores que le dé la gana. Mucho me temo que no habrá sorpresas y lo hará en blanco, que debe de ser el color de los que no se quieren complicar la vida.