TTtarde o temprano uno acaba siendo invitado a una boda en la que todos los asistentes le resultan desconocidos, excepto quizá el cura --que es como todos los curas-- y una camarera que se parece remotamente a una de las Spice Girls . Solo frente a la multitud, uno se ve a sí mismo como un personaje de Gila , un jeta profesional que se cuela en los banquetes para darse una comilona hasta que, pillado in fraganti , es incitado a abandonar la sala. Pero a este nadie podrá echarle a la calle (ojalá). Al contrario: tiene que comportarse como un mártir y aguantar siete horas (misa incluida) como pez fuera del agua, preguntándose qué habrá hecho para merecer esto. Este personaje, a quien llamaremos el convidado de piedra, es fácilmente reconocible porque se relaciona con todos y no se relaciona con nadie. Sí, es ese que va de grupo en grupo buscando un poco de conversación en la que no tenga que hablar del tiempo ni explicar por enésima vez a qué se dedica, y que en cuanto puede abandona el salón para darse una vuelta por los alrededores a contemplar las estrellas antes de sentarse rendido en algún rincón oscuro, de donde no se levantará en lo que queda de noche. Al final, los zapatos no perdonan y la sensación de haber perdido el tiempo tampoco.

El gran convidado de piedra de la política nacional es Mariano Rajoy , ese hombre que está en todas las bodas y en ninguna. Ahora que los sondeos de intención de voto lo dan como ganador, me lo imagino cariacontecido, en medio de la pista, bailando un vals con la novia, Esperanza Aguirre , en cuya mano sibilina no mucho tiempo atrás se adivinaba la traición de una daga.