La contaminación del aire por partículas de barro rojo es una de las preocupaciones en la zona afectada por el vertido tóxico. Un análisis de Greenpeace ha detectado una concentración de polvo seis veces superior al nivel seguros. Los operarios que trabajan en la zona han pedido mascarillas nuevas cada dos horas. "Deberíamos tener el valor de decir que es imposible vivir allí", dijo ayer Gábor Zacher, director de Toxicología del Hospital Péterfy Sándor de Budapest.