--El cirujano que trasplanta corazones es famoso y el que intercambia hígados no lo es. ¿Por qué?

--Creo que si el trasplantador de hígados es bueno se le conoce.

--No tanto como al de corazones.

--Tal vez, porque el corazón tiene un halo romántico y misterioso, que no tiene el hígado. Pero trasplantar un hígado es mucho más complejo. El corazón sigue estando mitificado.

--¿Los sentimientos surgen del corazón o del cerebro?

--Todo parte del cerebro. Lo que ocurre es que cuando alguien ama u odia intensamente, en un momento determinado nota que el corazón le va más deprisa. En cambio, no percibe que su hígado trabaja más y segrega mucha bilis o que el riñón produce más orina. Todo eso también está pasando, pero solo capta que algo se le mueve en el pecho.

--¿Qué experimentó el primer día que sostuvo un corazón humano?

--Nada. ¿Qué nota usted cuando sostiene un bolígrafo en las manos? La primera vez, tal vez sentí que era algo importante para aquel enfermo, algo que podría abrir las puertas a miles de personas más.

--El corazón es un órgano imprescindible para la vida?

--Hay muchos órganos imprescindibles para la vida, pero hay uno que regula la vida de los demás, y ese es el cerebro. Es el más imprescindible.

--El que no se trasplantará nunca.

--Quién sabe. La palabra nunca no se puede decir en ciencia y en medicina. ¿Por qué no ha de poder trasplantarse? Los hitos en medicina se consiguen por la constancia y la determinación del investigador. Al margen de cualquier consideración ética, moral o religiosa, es así.

--Eso significaría trasplantar la esencia de una persona, la personalidad, la inteligencia.

--¡Y qué!

--¿Usted cree que se hará?

--Creo que si se producen unas cuantas innovaciones importantes, que en estos momentos nos parecen barreras imposibles de traspasar, llegarán a trasplantar el cerebro. En 1851, Byrd Wilkoff, considerado el padre de la cirugía europea, dijo que el corazón no se podría tocar nunca, y que el cirujano que intentara operar un corazón sería mal visto por la comunidad científica. Y ya ve.

--¿Estaría justificado un trasplante, el de cerebro, que cambiaría por completo al individuo?

--Es que no se crearía otra persona. Lo que se haría es darle un cuerpo a otra persona, es decir, a un cerebro. Pero no cambiaría tanto, porque la otra ya no estaría. El receptor se identificaría con sí mismo, gracias a su cerebro, y el nuevo cuerpo seguiría las órdenes del viejo cerebro. Sería algo parecido a cuando cambias de modelo de teléfono pero no de tarjeta de memoria. Esa tarjeta guarda tus recuerdos, tus teléfonos, tus imágenes...

¿Por qué dejó usted de hacer trasplantes de corazón?

--Hice el último en 1994, cuando llevaba un centenar. Lo dejé en parte porque el trasplante es cosa de gente joven, que puedan estar despiertos toda la noche y seguir trabajando al día siguiente.