Una lluvia de reproches ha caído sobre el Papa Benedicto XVI desde que el pasado jueves se conociese su decisión de devolver al redil de la Iglesia católica a cuatro obispos lefebvristas excomulgados en 1988, en especial a uno de ellos, Richard Williamson, un antisemita que niega tanto el Holocausto como el derecho de las mujeres a recibir una educación superior.

Primero fue el mundo judío, pero ahora son destacados católicos progresistas quienes se preguntan por qué Joseph Ratzinger se esfuerza en tender puentes con la extrema derecha cuando no hace lo mismo con la izquierda representada por la teología de la liberación, y ven en su decisión el último ejemplo de cómo el Pontífice está cada vez más interesado en resolver cuestiones doctrinales internas, sin tener en cuenta las repercusiones que pueden tener en un mundo que va mucho más allá del Vaticano.

"El Papa que prefiere olvidar la Shoah", titulaba en su portada de ayer el diario italiano La Repubblica. Shoah es la palabra hebrea utilizada para referirse al Holocausto, y en el artículo, firmado por el reconocido teólogo Vito Mancuso, se acusaba a Ratzinger de cometer "el típico pecado de los hombres poderosos". A saber, favorecer el bien de la estructura eclesiástica sobre "la verdad y la memoria de los muertos". No es que Benedicto XVI comulgue con las opiniones de Williamson --"creo que no existieron las cámaras de gas. Entre 200.000 y 300.000 judíos no seis millones, como sostienen los historiadores murieron en campos de concentración, pero ninguno en las cámaras de gas", dijo el obispo en una televisión sueca--, pero tampoco parece tener problemas con el hecho de que alguien así forme parte de la Iglesia.