THtoy es el último día para acercarse al museo Casa Pedrilla de Cáceres a contemplar una exposición del pintor Sorolla. Se trata de una muestra de obras de pequeño formato acompañadas de paneles donde se explica la trayectoria del artista. La visité la otra tarde acompañado de una persona que se maneja con cierta soltura en el ámbito de la pintura. Sus comentarios me iluminaron los cuadros con otra luz y me volvieron a avisar de que no puedo confundir la cultura con la sensualidad. Porque tengo la costumbre de pasear entre cuadros y deleitarme, de recorrer callejas entre arquitecturas monumentales y embelesarme, de escuchar a Debussy, leer a Pessoa, ver cuadros de Rembrandt y levitar con la nota, la luz y la palabra. Y creo que eso es cultura, pero me temo que no deja de ser un placer excelso, nada más. La cultura es explicar esa delicuescencia primaria y virginal aprehendida directamente por los sentidos. La cultura exige un esfuerzo, no basta con dejarse llevar.

Decía Adorno que la obra de arte no se explica, se siente. Y señalaba Rossini el sentimiento como el camino más corto hacia la sabiduría. Pero esas citas no son más que coartadas para justificar el desconocimiento. No basta con disfrutar del teatro romano de Mérida, de las torres de Trujillo o los cuadros de Sorolla. Es necesario indagar la explicación de la belleza y su trasfondo para así disfrutar doblemente: de la embriaguez de los sentidos y de la luz de la razón. La belleza absoluta sólo sobreviene cuando se precipita de la mano de la sensualidad y del entendimiento.