TDticen las crónicas que Gonzalo de Córdoba era un valiente, aunque pelín chulo. Dicen algunas malas lenguas que Fernando el Católico era un rey tacañísimo, mucho más avaro todavía desde que enviudara de Isabel . El capitán sirvió al rey y ganó para su reino territorio y prestigio, por eso entendió que podía responder con sarcasmo a Fernando cuando éste le pidió cuentas. Ahora, el pueblo soberano es rey. Un pueblo que también sitúa a un capitán a atender su tierra y para ello, con menos tacañería que el Católico y mayor confianza, pone en sus manos mucho dinero. Encima, este pueblo, ni siquiera le pide cuentas, seguramente por ser más confiado que Fernando o, quién sabe, más iluso. Pero va el capitán y las da. Y, menos arrogante que Gonzalo, se lamenta de todo lo pasado, de todo lo gastado, añadiendo que acabaron los fastos y que no puede permitirse semejante despilfarro. El pueblo soberano --un poco tontón además de soberano-- queda sorprendido, no tenía ni idea de tanto caudal derramado sin más. Creía que el capitán andaba por ahí engrandeciendo el reino como era su obligación, no sabía que, al cabo de los gastos, Extremadura seguiría siendo la región menos innovadora de Europa y que su capitán reconocería el derroche inane efectuado durante las décadas que alguien mentiroso tildó de prodigiosas. Pero aquí no hemos ganado Nápoles, ni el capitán nos dio prestigio. En nuestro papel de cándidos soberanos tampoco le exigimos rendir cuentas evitando que responda con el gracejo de aquel: "en picos, palas y azadones, cien millones". A saber a qué capítulos --o bolsillos-- fueron a parar nuestros ducados. Mientras, resígnate, soberano compuesto y sin reino.