TAt las chicas chinas les encanta imitar las modas de las chicas occidentales del mismo modo que las chicas africanas sueñan con ser menos negras y que las chicas blancas se pasan horas al sol para convertirse un poco en africanas. Es algo asombroso, como si de repente les hubiera dado a todas por intercambiar el papel que la naturaleza les concedió en el gran teatro del mundo. Cualquiera que tenga unos ojos menos picardeados que los míos hará una lectura amable de tal universal metamorfosis, pero yo soy perro viejo y sé que detrás de todo cambio se esconde la palabra dinero.

Miro las carnes de estas deliciosas muchachas que se tuestan voluntariamente en el cantil de una piscina municipal y me preguntó qué les llevará a castigarse de tal manera. Acaso piensen que lo hacen por voluntad propia, que una piel sin su puntito de color es cosa de enfermas y de chicas sin posibles. Pero en verdad lo hacen siguiendo el dictado de un puñado de ladinos peluqueros, sastres y vendedores de potingues, esos que ahora se llaman estilistas. Y lo cierto es que no comprendo por qué hacen caso de estos hombres si a la mayoría de ellos ni tan siquiera les gustan las mujeres. Es como guiarse del criterio de un vegetariano para comprar un chuletón. Y seguro que no mienten los dichosos estilistas cuando, con su punta de ironía, afirman que tratan de sacar lo mejor que usted lleva dentro, es decir, su cartera. Así que hágase un favor, mujer, y olvídese de los rayos uvas y los potingues, póngase a la sombra y quédese como está, que esa piel blanca suya es el mapa de la isla de los deseos. Y a los hombres nos vuelve loco una piel así. Se lo dice un carnívoro.