Visakhapatnam está a 750 kilómetros de distancia. Es el lugar más cercano para ver el mar, así que la inmensa mayoría de los indios de Anantapur morirán sin conocer una playa ni tendrán la suerte de ver cómo las olas acarician un malecón. Qué injusta es la vida. Pero este es el segundo desierto de la India: si llueve mucho se pierden las cosechas, si llueve poco se van al carajo de igual forma, de modo que como tabla de salvación o se cultivan lentejas o se plantan cacahuetes porque alguno de ellos resistirá a este vendaval climatológico de la sinrazón. Sujatha, que tiene dotes de coronela samaritana, se crió bajo el manto protector de Vicente Ferrer. Camino al poblado de Poliki, nos acompaña en el Jeep desde el que durante una hora y 50 minutos resume su concepto de la vida. «Aquí, o es verano o es ‘superverano’, y como no hay playa los jóvenes se van a los parques», explica desde el asiento trasero mientras todos miramos boquiabiertos.

El padre de Sujatha entró en la fundación en 1969 porque trabajaba con las máquinas de bombeo en la construcción de pozos abiertos. Vicente Ferrer lo fichó cuando iniciaba su labor en la India dando trabajo a la población a cambio de comida. Un accidente de camión se lo llevó y su madre quedó viuda en un país donde -teniendo mucha suerte- las mujeres que pierden a sus maridos encuentran trabajo después de un año de luto y que aún cree que solo mirarlas a la cara trae mal fario.

Pero la madre de Sujatha fue afortunada por haberse tropezado con Anna Ferrer, esposa del fundador, que le aconsejó que se quedara. La contrataron como limpiadora y pudo cuidar de sus tres hijas. Sujatha consiguió posgraduarse en Historia y, eso sí, su madre le buscó marido, igual que ella hará con su hija. En India son los padres los que convienen los casamientos, costumbre ancestral que ni se discute. «Miramos sus horóscopos para ver si conectan y tratamos de que se casen entre castas para que las familias puedan intervenir si hay conflictos en la pareja», relata mientras detalla cómo los periódicos están plagados de anuncios a través de los que se puede cerrar una boda concertada, que siempre será más pragmática que una boda por amor. Y viene entonces a la memoria el último caso escalofriante: una pareja se conoce, se enamora, escapan, queda embarazada, él la deja, y ella acaba tirando a su hija recién nacida a la basura. Afortunadamente alguien saca a la criatura de aquel infierno inundado de estiércol y ahora la fundación tiene a buen recaudo a la pequeña.

Pero para Sujatha no se trata de debatir si es depravado que te busquen un marido porque lo esencial es la salida que Vicente Ferrer buscó a este ritual que sabía inamovible: el estudio. «Hay que estudiar, si estudias cambia tu vida, si estudias tienes un trabajo y te respetan», zanja al tiempo que el Jeep llega a su destino.

Estamos en uno de los lugares más deprimidos de este subcontinente, pero qué gozosa ha sido nuestra llegada. A la entrada del pueblo cuelga la pancarta con el mensaje: ‘Welcome to Spanish friends’, suenan tambores, regalan rosas y el bullicio de las 165 familias de casta baja que desde hace 40 años ampara la Fundación Vicente Ferrer es una alegría para el alma. La institución acaba de construir 47 casas más y Poliki entero se ha echado a la calle. Vijaya Kumar tiene 20 años, estudia técnico de laboratorio, nos abraza, nos pide selfies, nos lleva a su casa, acariciamos a su bebé. Hoy nos sentimos reyes de la bondad.

Las danzas se alzan, hay una gran fiesta, las velas adoran el altar levantado a Vicente Ferrer en la escuela de refuerzo, donde no cabe un alfiler. Allí, con la emoción a flor de piel, Alfonso, cacereño de la expedición, les dice: «Estamos ayudando, trabajando para que entre todos hagamos un mundo mejor». Suenan los aplausos mientras Eli, Clara y Estefanía comienzan a bailar ‘Dale a tu cuerpo alegría, Macarena’ y decenas de niños y niñas llenan de divinidad el laureado top tem de Los del Río. Desde Poliki nunca veremos el mar, pero qué más da si acabamos de heredar el Reino de los Cielos.