TLtas palabras utilizadas y las intenciones atribuidas me han llamado esta semana la atención. Sintonicé una emisora en la que se hablaba de las resoluciones del Congreso Federal del PSOE. En referencia al debate sobre el derecho a una muerte digna y al papel de los profesionales de la medicina, un tertuliano llegó a decir que el objetivo del Gobierno es matar a los enfermos sin solución porque sale más barato que permitir que sigan viviendo. Me sonó a pura mala fe. Es lógico, y además necesario, confrontar criterios sobre un asunto tan importante, pero lo que se dijo sale del campo de la opinión para entrar en el de la imputación de una voluntad delictiva.

Desconozco las circunstancias vividas por quien con tanta seguridad hablaba, pero lo que yo he podido experimentar en procesos irreversibles de personas muy cercanas me ha hecho comprender que el tránsito hacia la muerte no siempre es plácido. No se trata tan solo de evitar el dolor; hay otra cuestión importante, la angustia que he visto reflejada en la mirada del enfermo, miedo al término de ese último viaje que sabe ya ha iniciado. Si todo el mundo comprende que es preciso evitar el dolor físico, me pregunto por qué se es tan intransigente con el dolor moral, por qué querer prolongar la angustia del espíritu, prolongar el miedo.

Un asunto que no es baladí y al que, antes o después, todos hemos de enfrentarnos. Cada uno tiene su opinión y es bueno que se abra un debate para que, al final, queden regulados los límites y las circunstancias sin violentar la voluntad de nadie, pero permitiendo que otros, si lo desean, puedan evitar la angustia de un tránsito inevitable.

Estoy de acuerdo en que no es tema del que se hable en los bares. Es otro, más íntimo y doloroso, el ámbito donde nos alcanza la reflexión sobre la muerte.