Aunque hay algunos que solo ven perjuicios, la libertad está llena de virtudes. Si no te gusta lo que piensa otro puedes decírselo, educadamente, y debatir hasta la saciedad. Por eso no puede entender uno que vaya María San Gil a una Universidad y haya energúmenos dispuestos a gritarle e impedirle que pronuncie palabra alguna. Si hubiera un poco de materia gris, lo mejor habría sido entrar en la conferencia y haber usado el turno de preguntas para ponerla dialécticamente entre la espada y la pared en vez de hacer amenazas violentas y liarse a puñetazos con los escoltas. Esto de no querer debatir debe de ser un virus que se contagia por todos los extremos, porque hay que ver la que hemos tenido con los debates electorales. El PP proponía que se hiciera en dos canales privados y el PSOE, que no quería ni podía dejar al margen a la televisión pública, acabó aceptando como mal menor que sea la Academia de Televisión la que ofrezca la señal a todas las cadenas. Así que después de 15 años parece que volveremos a tener debates, lo que implica que hemos pasado tres lustros con poca voluntad de contrastar ideas y proyectos. Cuando uno tiene fe en sus propuestas, está dispuesto a confrontarlas no sólo debajo del puente sino debajo del agua. Pero estos son tiempos más para las técnicas de mercado que para las ideas y será por eso que unos están torciendo el dedo por encima del ojo y otros rascándose la cabeza sin parar para ver si se les ocurre una chorrada parecida o mejor. Me pregunto si nos creen tan torpes como para no entender los debates de ideas y es por eso que se dedican a parir titulares cada mañana.