Los veinte primeros años de cada siglo son siempre los peores. Luego todo se hace más fácil y podemos hablar de los revolucionarios años 60 o de los movidos años 80. ¿Pero cómo llamamos a la década que se ha terminado y a la que acaba de empezar? ¿Podremos hablar de los inquietos cero y pico o de la desoladora década de los diez y tal? Mientras nos aclaran esta duda, echamos la vista atrás y parece que fue ayer cuando Alvarez Cascos nos preparaba para el caos del año 2000. Pero el milenarismo que había anunciado Fernando Arrabal once años antes no llegó esa noche. Lo que sí que parece relevante es la cifra mágica del nuevo siglo, ese once que marcó un día de septiembre de 2001 para convertirse en un símbolo del memento mori de la minoría dominante. De vez en cuando un tipo con un mechero en un avión nos recuerda nuevamente que podemos morir y nos reafirma que somos el centro del mundo. La década empezó con tres mil muertos occidentales en las torres gemelas y que, para la prensa independiente e imparcial, son mucho más importantes que el millón de fallecidos violentamente en Irak o los 1.434 palestinos que eran aplastados hace justamente un año. La década que viene será clave para poner los sistemas económico-productivos al servicio de la ciudadanía y de la tierra, para llevar los Derechos Humanos a todos los rincones y hacer que los mil millones de occidentales tengan en consideración a los otros cinco mil millones. Sólo así lograremos volver a tener unos felices años 20. Si no fuera por la etimología podríamos llegar a pensar que algunas décadas provienen directamente del término decadencia.