THte llegado a la conclusión de que el volumen del aparato de música del coche es inversamente proporcional a la capacidad neuronal del conductor. Una persona en su sano juicio no necesita de bombos y platillos para circular por la ciudad, pero alguien tocado por la insania necesita hacerse notar constantemente, reafirmarse a través de las ondas sonoras. No sé si este descubrimiento aparece ya en los manuales de psiquiatría, pero debería estarlo. No hace falta que citen mi nombre, ni que hagan un congreso especial. Basta una pequeña encuesta. Un investigador puede situarse en un paso de cebra y mientras espera unos tres años a que algún amable conductor tenga la deferencia de parar, puede ir preguntando a sus colegas peatones (madres con cochecito, niños pequeños, ancianos, algún invidente, o sea, gente tan pusilánime que no se arriesga a cruzar entre el tráfico y tan ingenua que aún confía en la bondad de los desconocidos). Si consigue hacerse oír entre el chunda chunda de la música de los coches (otro dato es que todos ellos suelen llevar la ventanilla abierta), y el sonido incansable del claxon, conseguirá recabar suficientes datos para un capítulo sobre la soledad humana y el déficit de hormonas. Ambos pueden ser la causa de que uno necesite ir acompañado de tropecientos decibelios para sentirse seguro al volante.

Esos conductores no son bestias pardas, sino gente con problemas de incomunicación. Recuérdenlo la próxima vez que alguien con la música a todo volumen, les pite y esté a punto de atropellarlos en un paso de peatones. Entiéndanlo. No les griten y sean más tolerantes. Hombre. Por Dios.