Todos los años el mismo propósito. Todos los años el mismo fracaso. Es como dejar de pensar en la Belén Esteban , un imposible. Siempre aparece alguien que te arroja su nombre a la cara dejándote en la piel una fragancia a hortera que no se te va en todo el día. Como el tabaco. Sé de lo que hablo. Fumo como un carretero. Desde bien temprano. Entro en el café de la esquina y me pongo a inflar con humo los pulmones hasta marearme. Hay días que no sé si me tomé un café o un plátano del Lidl. Dirán que el mío es un vicio caro, pero nada más lejos de la verdad. Yo, sin ser gorrón, me las apaño para fumar de gratis y en tecnicolor. Rubio, negro, mentolado, con boquilla y sin boquilla. Chulo que es uno, pensará usted. Pues no. Pasivo que es uno. Porque, para decirlo de una vez, yo hace que no toco un cigarro casi el mismo tiempo que no toco un peine, toda una vida. Lo que no quita para que llegue a casa oliendo como el cenicero de Santiago Carrillo . Podría dejar de ir a los bares, sólo que entonces a dónde voy. Los guetos reservados a los que no fuman son pocos, amén de ser los más aburridos del mundo. Hospitales, iglesias, bibliotecas y delegaciones de hacienda. Dan ganas de volver a fumar. Da igual que seas niño, asmático o capitán de fragata, si sales de casa no te libras del humo ni con bula papal. Cinco millones de personas mueren al año por enfermedades relacionadas con el tabaco. Seis mil fumadores pasivos mueren anualmente en España. Y lo más gracioso es que aún tienes que andar justificándote cuando le pides a un bodoque que aparte el humo de tus ojos. Quédate en casa, triste, que eres un triste. Eso piensa el fulano. Pero no. No soy un triste. Es sólo que llevo treinta años intentando dejar de fumar y no me dejan. Ni con la ley de mi parte.