TCtomo soy de natural ingenuo, me costaba entender por qué se les consienten ciertas chulerías en los juicios a los presos etarras o por qué quedan en libertad unos ladrones de bancos pillados in fraganti , hasta que un amigo me ha abierto los ojos. Estás, me dijo, en el común error de tomar a la delincuencia por una lacra, cuando no sólo no es un mal, sino que es el carburante que hace rotar la maquinaria de la civilización. Quizás el grueso de la ciudadanía no esté al corriente, pero los políticos lo saben, la prensa lo sabe y, en fin, lo saben las altas esferas, que son las que tienen que saberlo. Por otro lado, qué hacen los hombres decentes además de confeccionar trajes de chaqueta, hacer sillas, vender peces en la plaza y conducir con moderación su coche hipotecado. Cosas, amigo mío, que ni traen progreso ni traen nada. Sin embargo, cuando un insensato conduce a toda velocidad por el casco urbano, obliga a sembrar la calle de protuberancias de cemento, lo cual acarrea beneficios a los albañiles municipales, los mecánicos lugareños y los tratantes en luxaciones. Y así todo. Piensa en las terribles consecuencias de una hipotética huelga de delincuentes, qué sería de los periodistas, qué de las promesas electorales, de qué hablarían los telediarios, los abogados y jueces tendrían que darse de baja en sus clubes de golf, sería la ruina de los cerrajeros y los guionistas de cine: un caos. Cómo quieres tú que no se les mime si toda la parte infecunda de la sociedad vive a costa de ellos. Ignoro si estará mi amigo en lo cierto, pero es tabernero viejo, y eso da más crédito que un par de licenciaturas en Psicología y Ciencias de la Información.