TAt veces todo va demasiado deprisa. Y me jode, porque no tengo tiempo para reaccionar. Ahora ando buscando libros antiguos por el simple gusto de olerlos y mirar detenidamente su color tostado. Desde hace unos años los libros viejos ya no huelen igual. De pequeño, antes de leerlos, siempre dedicaba unos minutos a aspirar su perfume. Supe más tarde que aquel olor que me atrapaba era vainilla. Bueno, realmente era lignina, un polímero orgánico que consigue que los árboles permanezcan erguidos y su madera sea fuerte. Las empresas papeleras utilizan diferente cantidad de lignina según el producto que quieran obtener. Así, para lograr que el cartón sea duro y tenga un color marrón se emplea mucha lignina, mientras que para las manejables hojas de los libros se usa muy poca, con lo que también se consigue que se conserven blancas durante bastante tiempo. Pero con los años la lignina se oxida y el papel va adquiriendo un tono cada vez más tostado. También ocurre que con el paso del tiempo el olor que desprende la lignina se potencia, con lo que el libro huele cada vez más a vainilla (de los desechos de la lignina se obtiene vainilla sintética para elaborar perfumes). Desde hace unos años venía preguntándome por qué los libros habían dejado de envejecer de esa forma tan especial: ya no cambian de color y huelen siempre igual por mucho tiempo que pase. Ahora lo sé. Actualmente se puede comprar papel de alta calidad sin lignina, por lo que la celulosa que contiene no reacciona con el oxígeno del aire. Y las hojas ni amarillean, ni desprenden olor a vainilla. Y la razón es que todo va demasiado rápido. Y me jode. Me jode no poder encontrar el perfume de mi infancia en los libros de hoy.