La victoria de la selección española en el Mundial de Suráfrica debe ser considerada un mero accidente, no la consecuencia del espíritu ganador de un país. En asuntos de mayor relevancia, seguimos cotizando a la baja. El decepcionante debate sobre el estado de la nación, celebrado hace unos días, ha vuelto a potenciar la idea de que los logros de deportistas españoles son inversamente proporcionales a los fracasos de nuestros dirigentes. Deportistas como Casillas, Villa e Iniesta, Rafa Nadal, Contador o Pedrosa suben su cotización mientras políticos como Zapatero, Bono, Matas o Camps se devalúan paulatinamente.

El ciudadano español se mira en el espejo del deporte mientras condena al suspenso -así lo dicen todas las encuestas- a la clase política. En 2012 tenemos dos pruebas de fuego: las elecciones generales y la celebración de la próxima edición de la Eurocopa. La cruda realidad por un lado y la evasión por otro. Se ve que la Naturaleza es sabia y nos ha concedido una generación de deportistas de primera que compense los desbarajustes de una casta política que se dispersa entre la corrupción, el tráfico de influencias, los nacionalismos excluyentes y la improvisación.

Mi amigo Bubi celebra con desmedida pasión la victoria de la selección española en los Mundiales. Su ingenuidad le hace olvidar que un grupo de futbolistas se va a embuchar cien millones de las antiguas pesetas por ganar seis partidos de fútbol (algunos de ellos sin pisar el césped) mientras él, mi triste amigo, sigue buscando un empleo con el que llegar a fin de mes. Tiene razón el adagio: quien no es feliz es porque no quiere.