TCtreo que los amantes de los deportes de riesgo deberían añadir la cabezonería a la lista de actividades peligrosas que practicar. No me cabe duda. Ser cabezón, pero de esos cansinos, es de lo más peligroso. Ejemplos hay muchos. El más reciente es el del vecino de Fuentes de León que ha ingerido una seta venenosa para demostrar a sus amigos que no pasaba nada. Se puso cabezón. Discutió hasta la saciedad que la capacidad letal del hongo era nula, a pesar de que estaba en unas jornadas micológicas, rodeado de expertos que le contradecían, y que la seta tenía un cartel que advertía de su toxicidad. Pues nada, se puso cabezón y se la comió. Terminó en la UCI. En el fondo tenía razón, la seta no le mató. No es el único caso. Yo conozco varios, como el familiar de un amigo que decidió operarse de anginas por sí mismo, porque aseguraba y aseguraba que no era necesario pasar por el quirófano para algo tan simple. Y para demostrarlo se tragó un mendrugo duro de pan (no quiero pensar cuál hubiera sido la técnica quirúrgica de haber tenido almorranas). Lo consiguió, aunque también terminó en el hospital. Los cabezones son una especie única. No es fácil ser cabezón y menos llegar a la elite, por el riesgo que entraña, pero en España tenemos auténticos maestros. En este país hay demasiados ejemplos de cabezonería y sonsonete perrero: los que vinculaban a ETA con el 11-M, los que insisten en que las obras del AVE estarán a tiempo, los que anuncian visitas de reyes coincidiendo con aniversarios de marchas verdes, los que diariamente utilizan un micrófono de radio para mentir- Y estos cabezones son realmente los peligrosos, porque los primeros sólo se ponen en peligro ellos mismos, pero estos últimos, a fuerza de ser cansinos, nos convierten la vida a los demás en un deporte de riesgo.