TMte siento cansada ante la hoja en blanco. Una semana dura por el exceso de cosas de las que ocuparme al mismo tiempo, saltando de una a otra, cerrando estas y asimilando aquellas. En definitiva, demasiados datos.

Pienso en mi padre que, en su última etapa, decía que tenía lleno el disco duro. Como era lógico por su edad, no sabía gran cosa de nuevas tecnologías, pero intuía que ese disco era al ordenador como la memoria a su cerebro, y él lo tenía lleno. Así me siento cuando escribo estas líneas que ustedes leerán el domingo pero que yo estoy escribiendo el viernes, pensando que, de no presentarse urgencias de última hora, dentro de pocas horas descansaré. Me sentaré en mi sillón, veré películas y leeré el libro que tengo entre manos.

Aquí estoy. Divagando. Pensando en mi padre y en nuestro disco duro. El mío, al final de esta semana, se desborda lo que me ha provocado un punto de irritación. En otras ocasiones también me ha ocurrido y pregunté a un psiquiatra amigo. No merece la pena, me dijo, tomar pastillas para combatir ese enfado. Es normal. Ocurre con la edad. "Sólo necesitas dejar lo menos importante en otras manos y quedarte con lo fundamental". Lo explicaba bien.

Con los años el cerebro se hace más lento y, cuando te llegan muchas cosas en aluvión, tarda más en asimilarlas. Esa lentitud que detectas te produce malestar, pero --y eso es lo bueno-- una vez procesado, el cerebro maduro es más valioso porque lo digerido se mezcla con la sabiduría de la experiencia que llevas pegada como una segunda piel, con un resultado más brillante que en la rápida juventud.

Así me lo dijo y me pareció lógica su explicación, pero hoy siento el disco desbordado y envejecido, cansado e inmune al razonamiento positivo.

Quiero ir a casa, coger el libro y poner la televisión. Despedida y cierre.