El ala carlista de la monarquía británica --o los más indulgentes con el príncipe calamidades -- se fue de romería ayer a Windsor. Primera observación: el carlismo no es una corriente muy numerosa, pero sí entusiasta, y el grueso de supporters de Carlos y Camilla intentaron reparar 30 años de pasiones e infortunios con manifiestos tipo "es el triunfo del amor" y "merecen una oportunidad".

Incluso cuando salieron de la alcaldía, ya convertidos en marido y mujer, se oyó un estruendoso "¡vivan los novios!". Eso sí, fue en castellano. Entre los ciudadanos ingleses aún no está muy bien visto proclamar tan alto su camillismo.

Como Carlos no las tenía todas consigo, quiso apuntalar su boda de míster Bean (¿sería que el gafe era Rowan Atkinson, uno de los invitados?) asegurándose el apoyo de cientos de simpatizantes que había reclutado entre las organizaciones benéficas que patrocina. Tras la ceremonia civil, la militancia subvencionada --un grupo humano que combinó con alegría pamelas tipo Ascot, chándal y anorak-- fue escalando las faldas del castillo y unos cuantos elegidos se fueron a casa con el orgullo de poder contar a sus nietos que ellos habían estrujado la mano de los novios más exóticos de la historia de la realeza.

Mientras los oficialistas exprimían sus segundos de gloria, un nudista se despelotó y un bobby impidió que regalara a la pareja una épica carrera al castillo. Mientras le ponían las esposas y los pantalones a la fuerza, dobles de los Beckham, Blair, Elton John y el trío de la discordia (Carlos, Camilla e Isabel II) saludaban desde un balcón frente al castillo. La multitud les aplaudía, aunque habrían jaleado cualquier cosa: celebraban cada vez que un caballo aflojaba sus tripas.

A pesar de que el ambiente no estaba para insurgencias, las pancartas mantuvieron su debate. En 100 metros, convivían a lo sardinas todas las familias de la monarquía. Los nostálgicos que ayer hizo tres años que enterraron en Windsor a la reina madre ("si no hubiera fallecido entonces, se habría muerto hoy del susto", admitía Jennifer Fellner); los renovadores ("esta boda los acerca al pueblo"); los posmodernos ("si hubieran sido más guapos, no habrían tenido tantos problemas") y, cómo no, la resistencia dianista.

En el palacio de Kensington (Londres), 15 personas vinculadas al círculo de Diana depositaron fotos en señal de protesta. En Windsor, sus afines portaban una pancarta que denunciaba que la boda era "ilegal, inmoral y vergonzosa". "Camilla no puede ser reina", decía el alemán Mike Hecht, quien, de tantos objetos que llevaba de la princesa fallecida, parecía que había desvalijado una tienda.

La concurrencia siguió luego la bendición en los bares. Y, por si alguien aún dudaba del futuro de la monarquía, decir que en el pub The Two Brewen hasta los más escépticos cantaron en pie el God save the queen y despidieron la ceremonia con un aplauso. "¡Bravo, Camilla, lo conseguiste!", se oyó. El que dejó con cara de susto al personal fue Boris Izaguirre.