TEts difícil decir algo nuevo sobre la violencia machista. Casi todos hemos expresado ya nuestro rechazo. Casi todos nos hemos adherido al lema de la Federación de Mujeres Progresistas, "El silencio nos mata", y lanzamos nuestra repulsa a voz en grito. La sociedad se queja, las mujeres gritan, y las asociaciones denuncian. El lamento es unánime. Sin embargo, ellas siguen muriendo. Y eso es lo tristemente nuevo, el nombre de cada una de las sesenta y nueve víctimas mortales de este año 2007, y el de cada una de las que seguirán sufriendo a manos de los que creen que la violencia es un derecho.

Ni siquiera es nuevo que el asesinato se produzca después de la aparición de la víctima en un programa de televisión. Pasó con Ana Orantes , maltratada durante décadas, y asesinada dos años después de que un juez la obligara a compartir el chalé que había sido el domicilio familiar. Y ha ocurrido ahora con Svetlana, la pobre chica que acudió a un programa de televisión sin saber que le esperaba el que dos días después sería su verdugo (¿presunto?).

El silencio nos mata, sí, pero no sólo el silencio de la víctima, también el de los que presencian sus humillaciones, el de los que aconsejan, todavía hoy, "aguanta por el bien de los niños", "sólo ha sido un tortazo", "dale otra oportunidad"... El silencio de todos. Por eso siguen siendo necesarios los días como éste, en que se recuerda que no podemos decirlo más alto, ni más claro, ni más veces, pero que no nos queda otro remedio que seguir alzando la voz contra el maltrato.